Por Arturo Sandoval
Seis hermosas niñas adolescentes, quizás 12 años en promedio. Se citan en una de las muchas plazas comerciales de la Ciudad de México para ver una película del actor de moda: Robert Pattinson.
Brincan, juegan, se empujan, bromean y se ríen mucho, mucho. Están en una burbuja de felicidad en medio de todas las miradas de la gente en la plaza, sin embargo, no se dan cuenta que son observadas y el movimiento de cada una de ellas es registrado por cinco personas. No, no son las mamás o papás de algunas de ellas que de contrabando las supervisan, son más bien de gente de negocios que nada tiene que ver con agencia de aristas o modelos.
Después de comer pizzas y hamburguesas en la zona de alimentos, se van directo a uno de los cines del centro comercial. En la taquilla se les acerca una anciana candorosa y pide al grupo de niñas que si le compran un boleto de la misma película. Saca de su brassier un monedero tejido, con su mano temblorosa llena de nudos artríticos les da un billete arrugado. Ellas lo hacen todo con mucho respeto y hasta ternura al verse unas a otras.
Cuando la viejita recibe su cambio y el boleto, les pide: “disculpen niñas, vengo sola, ¿no les molesta que me siente junto a ustedes para no estar solita? Ellas lo aceptan de buena manera, la ayudan a subir escaleras y la sientan junto al pasillo. También le comparten palomitas y le disparan un refresco. Transcurre la película, las niñas ven como su guapo actor chupa el veneno inyectado por James, (el vampiro malo) de su amada para salvarle la vida. Ellas suspiran, se abrazan, vuelven a bromear, se oyen risitas y justo a la mitad de la película, la viejita les pide que alguien la acompañe al baño. Ni modo, le toca a la que está junto a ella, quien la ayuda a bajar escaleras, la lleva del brazo por el pasillo y juntas se meten al baño.
Media hora después, en las escenas más románticas, el grupo de niñas deja de suspirar, están demasiado inquietas al ver que la viejita y su amiga no regresan. La película empieza a dejar de ser disfrutable, se acaban las risitas y bromas y se convierten en lacerante incertidumbre. Un vacío en el estómago les invade, transforma y endurece sus caras. Al fin deciden parase e ir a buscarlas después de 40 minutos de la última vez que estaban juntas. No ven a nadie en el baño, preguntan al policía o al de seguridad, éste les dice: sí, su amiga se desmayó en el baño y su abuelita llamó a una señora que dijo ser mamá de la niña. Se la llevaron muy mareada al hospital. Las quise ayudar y me dijeron que no era necesario, que tenían el auto cerca.
Hoy, es hora que la niña no aparece después de varios meses.